sábado, 30 de mayo de 2009
Ko Un: “pero después, espero liberarme y terminar mi vida entre las brisas de una isla española en el Atlántico, en las Canarias”.
Ko Un
“La palabra que más me gusta en español es ‘amigo’”
Ko Un, el poeta más célebre de Corea y uno de los más admirados de Oriente, protagoniza mañana, coincidiendo con ARCO, un Seminario sobre Literatura coreana en el Círculo de Bellas Artes junto a Antonio Colinas y Clara Janés. En esta entrevista con Colinas, Ko Un le confiesa que confía en ver la reunificación de las dos Coreas, “pero después, espero liberarme y terminar mi vida entre las brisas de una isla española en el Atlántico, en las Canarias”.
Detrás de la abundante obra de Ko Un (1933) se encuentra una vida no menos intensa. Diez años en un monasterio budista, y su posterior compromiso con la política de Corea del Sur, son algunas de las vivencias más notables. ¿Cómo las integra en su poesía?
–Mi vida empieza como un dialecto del universo que se ofrece a mi poesía como verdadero espacio y reino poético. La luz fue siempre para mí como el alimento del hambriento, de manera que, sin menospreciar la inspiración, que prevalece por encima de todo, sí que ha habido momentos en los que he identificado vida y literatura. Mi paisaje interior de hace 50 años, cuando tras sobrevivir a la guerra fui monje budista, está presente en mis primeros poemas. Cuando en los 70 nos lanzamos a las calles en busca de la democracia, mi literatura, que se enfrentaba con la dictadura, soñaba también con ser su música. A raíz de eso, creo haber dicho en el “New York Times” que la poesía es la “música de la historia”. Las mariposas abandonan la flor tras polinizarla, pero lo mismo que la vida influye en mi literatura, también mi literatura influye en mi vida.
Obsesión por la palabra
–Algo que sorprende en su poesía es su cantidad de tonos y registros. ¿Prefiere alguna etapa concreta, se arrepiente de alguna?
–Mi obsesión por el verbo ha sido constante, y sigo sintiéndome frustrado por su escasez. En los años 80, mientras estaba en prisión, memoricé todo un diccionario, que, nada más salir, comenzó a huir de mi cabeza. Mis miradas siempre se dirigen a los ángulos de una cosa, porque una montaña son múltiples montañas, un objeto no es uno sino más de dos, con sus misterios y su impenetrabilidad. ¡En qué infierno viviríamos si todos los objetos del mundo fueran únicos y mi poesía deambulara en soledad como un fantasma! Hoy mi espíritu mira sin congoja el pasado, mis otras existencias y el futuro porque he preferido dejar mi vida no en un punto del tiempo sino en su discurrir. Tengo también mucho de qué arrepentirme, pero me consuela pensar que es un sentimiento que dura más que la reflexión y, aunque me desazona haber malgastado tiempo, esa precariedad es lo que, al fin y al cabo, ha terminado abonando mi poesía.
–¿Cómo ve, desde la altura de sus setenta y tres años, su obra?
–A veces me vienen diez poemas de una vez. En realidad, no soy yo el que los escribe, son ellos los que vienen. Sin embargo, hay veces que resulta imposible. Entonces me siento como un discapacitado o un cha-
mán al que han abandonado los espíritus, aunque incluso estos periodos son significativos para un poeta. Ahora hay tras de mí poemas que me apremian para que los transcriba, pero a veces no he podido escribir más de un poema en un año. La poesía, más que del lenguaje, proviene del silencio, y yo no soy más que la esquina por donde se asoma.
–Entonces, ¿qué es la poesía?
–Definir la poesía tiene sus riesgos y hay que ser precavidos. Para mí, la poesía es la razón de mi existencia; y mi deseo, reproducir en ella tanto corrientes de realidad como ecos de ausencias. La poesía no es un viaje con un destino concreto, que sería la muerte, sino la misma libertad. Lo que pretendo es integrar lírica y prosa. Hablando en términos orientales, armonizar los sentimientos con los hechos. De ahí que la poesía sea lo absoluto y, por tanto, también lo prosaico. La lírica de mis poemas anhela su prosa y mis largos poemas narrativos sueñan con el lirismo como fuente, de manera que, si en un verso hecho poema puede concentrarse toda la épica del mundo, un texto narrativo de treinta volúmenes sin cadencias líricas no puede ser más que un desierto literario. Personalmente, concedo un sentido limitado a la contemporaneidad y a la patria, porque intento generar a través de mi poesía una estética dentro de la magnitud de la historia. Aspiro a enfrentarme al mundo y envidio al sol.
–Oriente y Occidente parecen querer aproximarse hoy más que nunca, pero ¿qué es lo que una cultura busca en la otra? ¿No estaremos aproximándonos en nuestros defectos –desarrollismo desaforado, consumo, contaminación– ignorando lo más importante, esa sabiduría que viene de muy atrás?
–La división Oriente-Occidente viene de una distribución artificial del espacio de no hace demasiados años. Aún quedan algunos lugares del mundo en los que tendencias ultraderechistas proclaman la pureza de sangre, inconscientes de que es imposible generar cultura sin encuentros ni puntos de fricción. Sin embargo, el fenómeno de la globalización actual, en su afán de unificar los mercados, está poniendo en peligro las variedades culturales, su identidad, además de deteriorar su capacidad creativa. En las civilizaciones actuales, el ser humano se ha convertido en bien y medio de consumo, y la naturaleza, su objetivo para desarrollar. Frente a esta violencia social, la sabiduria de nuestros antepasados no deja de ser más que una nebulosa. Nuestros conocimientos no son lecciones para guardarlos en la memoria sino la energía para poderlos llevar a cabo. Es preciso recuperar aspectos culturales como el panteísmo o la trasmigración de las civilizaciones pasadas, tanto de Oriente como de Occidente, y darles el estatus cultural que merecen.
–Estuvo en Salamanca no hace mucho, ahora regresa a Madrid, ¿qué piensa de España y su cultura?
–En español, la palabra que más me gusta es “amigo”. También me gusta mucho la palabra “soñador” porque yo quisiera ser eso, un amigo soñador de España, país de conquistadores que supo volver la mirada hacia sí y vencer las dificultades de una modernidad llena de complicaciones para convertirse en una nueva posibilidad de nuestra historia mundial. Mi reencuentro con usted ha convertido la ciudad de Salamanca en una flor en el horizonte, y si a Rilke lo enamoró Toledo, para mí Salamanca es el silencio en el que albergan las hondas pulsaciones del pasado.
–Volviendo a su obra, en ella se aprecia un viaje interior más allá de las profundas vivencias por las que ha tenido que pasar. Hay también una gran preocupación por la paz mundial, que ha fomentado desde la Fundación budista Manhae...
–Hay un dicho coreano que dice que al que no lee le brotan espinas en la boca. En mí el conocimiento nunca ha implicado esfuerzo, más bien ha sido siempre un maravilloso juego. Por otra parte, es un deber hablar de la paz en Corea por ser un país con un armisticio de por medio, a veces, demasiado frágil. Además, un poeta es siempre hijo de la paz y la ecología, a pesar de que las historias de la literatura universal están llenas de poetas que cantaron a la guerra. Deberíamos estudiar más el mundo de Hesiodo en vez de a Homero y eliminar de los textos escolares, las hazañas de Napoleón.
–Hablando de guerras, ¿cómo ve este eterno tema de la ausencia de armonía entre los humanos?
–La alienación, esta ausencia de armonía será más acuciante con el tiempo. Desaparecerán las familias y los pueblos, se debilitaran las tradiciones y se individualizará tanto la sociedad que seremos entes aislados, sin relaciones ni conexiones de ningún tipo. Entonces, será preciso sustituir régimenes totalitarios por redes de pequeñas comunidades sociales.
–A la luz de su experiencia, ¿qué consejo le daría a un joven escritor?
–Me gustaría decirles que hablaran del camino tras haberlo recorrido más de diez años, que no se encerraran en sí mismos, que supieran imaginar y llorar por otros. Que recordasen que un poeta es un animal con alma que vive añorando al desconocido que habita en el Oriente o en el Occidente más extremos.
–¿Cuál es el mensaje de su poesía?
–No quiero limitarme a ser un personaje del pasado. Aspiro a ser alguien que escribe siempre por primera vez, aunque sean tenues sombras de un pasado remoto. Mi presente no es lo que media entre el ayer y el hoy, sino la fusión de ambos. Mi poesía debe estar proyectada hacia el exterior incluso de un único tema. Yo soy plural, puesto que “Ko Un” es al mismo tiempo múltiples “Ko Uns”. Todos ellos, morirán, pero que conste que yo no soy un ladrón sino un mendigo, un don nadie que le mendiga unas cuantas palabras a la realidad y al universo.
COLINAS, Antonio
Del lirismo al compromiso
Fundir, de manera convincente, el agitado presente con la sabiduría de la tradición ha sido uno de los retos de los poetas y, particularmente, de los orientales. El coreano Ko Un (Kunsan, 1933) es un ejemplo de esa experiencia del ser y del testimoniar poéticamente. Niño precoz en el aprendizaje de los textos clásicos chinos; monje budista durante diez años, tras la guerra civil; luchador en favor de los derechos humanos y contra la dictadura del presidente Park; condenado a cadena perpetua y liberado; casado con la profesora de literatura inglesa Sang-Wha Lee, con la que tiene una hija; autor de más de un centenar de libros; amigo del budismo y luchador en favor de la paz… Éstos son hitos esenciales de la vida de este poeta.
El resultado final ha sido una obra convulsa y llena de tonalidades, que va del extremado lirismo al compromiso, de la tradición al lenguaje arriesgado (que él ofrece de manera originalísima, inolvidable, en sus recitales). En español disponemos de dos obras que muestran este mensaje extremado: su antología Fuente en llamas y Ananda. 100 poemas zen. Hoy es considerado por los suyos el “Poeta Nacional de Corea”. Su país tiene en él a su conciencia poética, ahondada en las raíces de su infancia. “Estas montañas, tan verdes y tan agudas, me recuerdan las de mi infancia, cuando yo iba por los bosques con mi abuela a recoger leña…”, me dijo una vez en Colombia. Él había venido a ese país a propagar la poesía como mensaje perenne de belleza, compromiso y paz, pero no olvidaba las raíces que han nutrido su vida y su obra. A. COLINAS
http://www.elcultural.es/historico_articulo.asp?c=19758
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