“…
los ojos tras dos lentes que se empañan, aurora,
ocaso, los mudos estragos de la diabetes.
Acéptalo ya con frases impasibles, con
un acuerdo esculpido que fije cada estrofa,
aprende que la brillante hierba no se guarda
de garceta inquisidora ni nocturna réplica.”
Derek Walcott, Garcetas blancas.
La ida nos hace así, garza, garceta blanca, Walcott.
Todo un plenilunio de palabras bordadas en azul
desde un pico largo, pescador, amarillo, transeúnte y
grandioso desde el aire y los elocuentes vuelos.
Lloro el largo camino recorrido en torno
a cantidad inaudita de guijarros y sonrisas.
Es lo que nos va constituyendo paso a paso.
Blanca garceta y nube grande y fuerte y
un arroyuelo como un océano de azul fiesta.
Es verdad que vemos y rodamos sobre idas y venidas
y las contradanzas de la veleidosa vida.
Pero tu allí, entre los fríos del norte de la América
y después abajo, el incansable Caribe, que pone tus dedos morenos/
sobre los signos, para navegar sobre vientos y palabras.
Dedos morenos garza, garcetas blancas de memorias y la
cobriza tez que nos hermana. Caribe, Atlántico y nuestra inmensa
calle africana. Que me queda a mi, que te incluye a ti.
A pesar de las blancas tempestades
que como las garcetas, también nos unen
en torrentes sanguíneos rebeldes e imprecisos.
Perdona mi atrevimiento Derek.
Disculpa que te tutee.
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