Nunca pueden ser creíbles los episodios que se cuentan en un libro. Me importa un pito. Ficción es ficción, pese a lo que opinen los consagrados.
Estoy avasallado por los recuerdos propios del emigrante, sea de Costa Rica o Sierra Leona. A todos nos pasa lo mismo. Caemos en un letargo de contradicciones que no nos permite llevar bien nuestra respiración. Pero ante todo podría anunciarte, mí querido lector, que estoy totalmente alejado de las pasiones nacionales. No soy apátrida, pero odio los términos: frontera, extranjero, aduana y un sin fin de reglas y gendarmes, que no hacen sino mortificarnos nuestra vida cuando pasamos de un país a otro. Realmente los venezolanos, por ahora, así somos: extranjeros. Sí. Es otro detalle. Soy de Venezuela. Una curiosa tierra al norte de Suramérica, con gente que se niega a parecerse demasiado a los demás.
Entro en el comedor de un hotel de “cuatro” estrellas en el sur de Tenerife. Suena quejosamente un concierto para violín de Paganini. ¡Qué cuentas! Es un pana venezolano vestido de “charro mejicano” ensayando lo que tal vez jamás volverá a tocar con una orquesta sinfónica.
¡Coño! Eso no es una ranchera, aunque me haga falta, le digo. Y el hombre me responde: tú eres de Venezuela.
Y así traspasan nuestras vidas de ciudadanos extranjeros, con el grave problema de no querer adaptarnos a los demás ni a nosotros mismos, como es nuestra costumbre. Yo veo, por ejemplo, que los uruguayos se reúnen con uruguayos y los argentinos igual. Pero nosotros somos una guarida de inadaptados que se niegan a entender que estamos fuera de nuestro suelo. Y a veces llevamos “vaina” por esto.
Claro también están los “correctos”, muy parecidos a los funcionarios de partido. Que también han salido de su tierra.
¿Será que no existe la medida de la discreción?
Dilo caimán: la vida es así y no la inventamos nosotros, que ahora no sabemos ni dónde estamos parados.
Vivo en un pequeño piso, en Armeñime, pequeño pueblo del Municipio de Adeje. Como un gran hotel de media estrella, pero sin camareras. Yo me limpio, tú te limpias y todos somos limpios: sin dinero.
Al lado de mi habitación un colombiano: qué hijueputa hermano. Un Gran Canario en la otra habitación. ¡Joder! ¿Y tú eres de Venezuela? Mi padre tenía una tía, una hermana y un sobrino… Todos vivíamos allá.
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